Guillermo Lloveras, productor porcino: “Estamos pasando un momento crítico”

Detrás de cada proyecto productivo hay una apuesta, un sueño, una búsqueda que excede la mera ecuación monetaria y que explica, muchas veces, esa tozudez que empuja siempre hacia adelante, incluso en los momentos más difíciles, cuando el contexto parece mandar señales constantemente negativas. Guillermo Lloveras es uno de los socios de Ceres, una empresa pequeña y familiar repartida entre Pergamino y San Antonio de Areco, dedicada a la genética y producción porcina, además de contar con canales de venta directa al público.
Guillermo frunce el ceño, pero no pierde el buen humor a la hora de hablar de la compleja situación que vive un sector que da trabajo a más de 30 mil personas a lo largo y ancho del país, entre empleos directos e indirectos. El aumento de los costos de producción, especialmente por la suba del dólar y su traslado al valor de venta de los cereales -insumo básico de esta actividad-, sumado a una apertura indiscriminada de las importaciones de carne de cerdo -que incluso podría poner en riesgo la salud de nuestros animales-, conformaron un combo mortífero para muchos productores que se vieron forzados a discontinuar con su actividad.

Guillermo revela, sin embargo, que la historia podría haber sido bien diferente. En el 2007, la empresa participaba de un proyecto público-privado, similar a cómo se organiza la producción en Dinamarca, un ejemplo a nivel mundial. El sueño estaba a la vuelta de la esquina, pero a pesar del acompañamiento del Estado, y de una apuesta estratégica que logró multiplicar por tres el consumo interno de carne porcina, la industria quedó expuesta a un cambio de reglas desde 2016 que la dejó al borde del colapso.
“Mirá, en los 80 se formaron acá muchos genetistas. El INTA formaba técnicos en varias áreas a nivel mundial, de muy buena capacidad. El padre de lo que fue el proyecto danés de genética es Daniel Sorensen, un argentino. En el mismo momento se formaron muchos otros…”, arranca Guillermo, veterinario de profesión.
– O sea que la persona que transformó a Dinamarca en una potencia productora de cerdos es un argentino.
– Es increíble. En Dinamarca, es el Estado el que impulsa el desarrollo y mejoría genética, en un programa muy coordinado con lo privado, bien desarrollado, con una puja muy fuerte y un esquema de trabajo en el que el Estado participa. Es un sistema muy integrado. El punto de arranque de Dinamarca es el mismo que nosotros, con un genetista de nivel internacional, formado en el mismo lugar que el resto, junto a referentes como Eduardo Ávalos, que trabajó en Estados Unidos. Sin embargo, la semilla que fue para un lado se un árbol enorme y acá, en la década del 90, se fue todo abajo. Es así.
– ¿Qué pasó en la década del 90?
– En el año 97, importar te salía un 15% más barato que producirlo acá. Encima teníamos a Brasil haciendo dumping… la producción porcina se fue al tacho. Es interesante revisarlo porque ahora está pasando casi lo mismo. Nosotros hacemos una apuesta grande por lo nacional, hacemos lo imposible desde una empresa chica, desde la genética hasta la cría, y lo hacemos a la gallega, como decimos nosotros: ahorrar e invertir, ahorrar e invertir. Si el día de mañana todo se pudre, y en las dos carnicerías tenemos que vender carne yanqui, lamentablemente lo haremos, no va a ser bueno.
– ¿Cuándo se produjo el boom de productores? Es decir, ¿en qué momento empezaron a aparecer más emprendimientos?
– Hasta el 96,97, se vislumbraba un sector creciente. Yo no tengo dudas de que la Argentina va a ser uno de los máximos productores de cerdos a nivel mundial. Por tres factores: al lado de la tranquera, está el alimento, que es el 80% del costo de producción; hay agua disponible y accesible, que en Europa es una limitante; y hay espacio para manejar los efluentes de manera responsable, que va a determinar la sustentabilidad del negocio. Argentina tiene todo, al igual que Brasil. Decía que hasta el año 97 hubo una proyección de crecimiento porque ese año se combinó una apertura indiscriminada de los mercados, la falta de consideración del sector como estratégico y el dumping de Brasil y otros países. Ahí se fundieron la mayor parte de las granjas. En el 2002, con la devaluación, con algunas medidas más competitivas, volvió a haber un crecimiento. Después hubo una serie de políticas netas de visibilizar al sector como estratégico, con una proyección a nivel internacional y cubrir la demanda del mercado interno. La carne vacuna de exportación tiene su mercado ya y eso abre un espacio en el mercado interno para las demás carnes.
– ¿En qué período creció el consumo interno?
– Mirá, en 2004 estábamos en 5 kilos anuales por persona, y hoy estamos en 17 kilos. Yo soy bastante agnóstico en mi vida en general, en cuanto a política, pero en esos años hubo una visualización del sector porcino como estratégico y políticas concretas de apoyo. Y el sector no es que tuvo subsidios descabellados, hubo créditos lógicos a pequeños productores, y entonces creció muchísimo.
Producciones Daniel Bosco